Ultima Actualizacion 3 de Abril del 2003 - 15:40
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LOS DESAMADOS
Francisco Díaz Montilla

En ocasiones no se que pensar sobre las historias de los viejos del campo.
Son muchas las interrogantes que originan en mi. Por supuesto, son
interrogantes que quisiera aclarar, mas desafortunadamente no es
posible. 

No me queda sino cargar con ellas y con todo el peso que poseen. Porque, 
de verdad, ¡vaya si es pesada una pregunta sin respuestas!

Si mal no recuerdo en otro relato he hablado de un lugar en el que las 
personas no hablan sino que adivinan lo que los demás piensan. Pues bien,
la presente historia es sobre sus vecinos del sur, un pueblo que olvido
su nombre, pues sus pobladores se divierten todo el tiempo y recordar no
es para ellos prioritario. Pero de a los viejos, en tiempos inmemoriales,
el pueblo era conocido como La Tierra del Sin Amor. Según sus palabras,
era una especie de nuevo paraíso, donde abundaba la comida, y nadie se
preocupaba por el que- será-mañana.

En La Tierra del Sin Amor no había registro de que alguien hubiera
hecho el amor alguna vez, y no los hay claro esta, de allí pues que
esta historia pueda concebirse como un intento de arqueología histórica
de la sexualidad, en el sentido de que pretende reconstruir una realidad,
posible para algunos, real para los viejos. 

En La Tierra del Sin Amor las mujeres de embarazaban solo cuando comían
un limón durante un viernes seis de un mes impar. La natalidad era
relativamente baja, ya que los limones escaseaban y las féminas no se
preocupaban por adquirirlos; ellas eran felices sin el mito de la
maternidad. Los machos, por otro lado, utilizaban sus miembros para
propósitos mas nobles. Algunos lo utilizaban ya como martillo, ya
como manguera para regar las plantas en el verano o ya como cuerda
para amarrar las bestias. Nada pues de orgasmos ni de coitos.

El cuerpo era simplemente eso: un agregado de partes diversas,
funcionalmente articuladas y despojado de todo sentido estético.
No había, pues, razones para ruborizarse; de hecho todos andaban
como Adán y Eva, y si alguien cubría su cuerpo era causa del frío
de invierno, propio de la temporada lluviosa.

La distinción masculino-femenino, tan característica en nuestras
sociedades, no existía y no les interesaba, puesto que todos se
concebían a si mismos como parte de una Unidad Trascendental, no
expresable en términos lingüísticos -algo así como El Innombrable
de Euxofronio. Por supuesto, los habitantes de La Tierra del Sin
Amor ejercían funciones diversas, desde cosechar viento para la
fermentación del vino, hasta sembrar plantaciones de arcoiris, o
tejer esperanzas con hebras de azúcar. Los mas imaginativos se
dedicaban a componer melodías con sueños y estrellas o a cantarle
a la soledad canciones compuestas con pedacitos de noches. Se daba
lo que los marxistas llamarían la división social del trabajo.

Ninguna actividad era mas importante que las otras. Todas estaban y
se realizaban en un mismo plano. Todas ellas se articulaban en esa
realidad no expresable lingüísticamente. La única diferencia
ostensible era que algunos individuos tenían la capacidad de generar
nueva vida. Por ello tales individuos eran reverenciados, ya que eran
concebidos como una expresión de la divinidad, en el sentido de que
eran generadores de vida. Y esto es interesante, si se tiene presente
que tales seres no recibían ningún calificativo genérico que les
distinguiera de los-otros, es decir, de aquellos que tenían una
especie de rabo entre las piernas utilizado para los mas impensables
propósitos.

Según contaban los viejos, se palpaba una armonía perfecta.
La perfección del paraíso. Pero parece que la perfección entraña
su negación, hay en-sí una especie de tirantez dialéctica. O para
ponerlo en términos más simples: la perfección entraña la
posibilidad de la imperfección.

Una mañana soleada de mayo, apareció en el pueblo, sin que nadie
supiera como ni de donde, un joven vendedor de nances. El joven
no era ni moreno ni blanco, no era lindo, mas tampoco feo. Algo
ligero y lento al andar. Hablaba hasta por los codos y al hacerlo
no había forma de que los de La Tierra del Sin Amor lo entendieran,
pues hablaban lenguajes diferentes.

Xavier Emiliano Saucedo Villarreal, así se llamaba el forastero
recién llegado, se sorprendió hasta ruborizarse por lo que vio:
viejos y jóvenes, desnudos todos. Con nerviosismo visible en sus
ojos decidió promover el producto, que para entonces escaseaba,
al igual que los limones. "Total -pensó- el primer deber de un
nancero que ame su oficio es vender". Para superar la barriera
idiomática, se armó del manual infalible de traducción, cuyas
reglas y formulas se adecuaban al pie de la letra a los preceptos
de la teoría quineana de la traducción y de la interpretación.

Cumplía, así, el artículo treinta y siete del Código de Ventas
del Sindicato de Recolectores y Vendedores de Nance y Afines.
Al cabo de siete minutos pudo comunicarse fluidamente con los
pobladores, quienes mostraron poco o ningún interés por el
producto. Al fin de cuentas, ellos no necesitaban nances para
la pesada ni para la chicha, pues la suya la hacían de trocitos
de esperanzas y la endulzaban con promesas o con risas silenciosas.

Algo decepcionado decidió retirarse. Era la primera vez que la
magia de sus palabras no tenia ningún efecto en las ventas. Pero
justo en ese momento, creyó tener una revelación. Pero no, no
era una revelación, era una hermosa mujer, una especie de perfecta
obra de arte de carne y hueso, como si Dios hubiera invertido la
eternidad en su creación. 

Un soplido de viento acaricio la espalda de la joven. Se volteo.
Xavier Emiliano Coria detrás de ella profiriendo palabras que la
chica parecía no entender. Ante ella, casi paralizado por la
belleza que sus ojos incrédulos miraban, preguntó en el idioma
de la joven:

-¿Cómo te llamas?

La joven no comprendió la pregunta -pues los de La Tierra del
Sin Amor usaban los nombres para referirse a las cosas, no a
las personas- y soltó una carcajada. 

El forastero, atolondrado por la risa y la belleza de la muchacha,
vacilo por un instante. No sabia que decir ni como hacerse entender,
a pesar del manual. Lo único claro en su mente era la fuerza del
deseo, del deseo desmedido del cuerpo desnudo de pechos firmes que
estaba en frente suyo. 

Con inusitado frenesí Xavier Emiliano Saucedo Villarreal tomó a la
joven, besó sus labios carnosos y sus pechos firmes, y el aire se
cubrió todo de fragancias no sentidas antes. Avergonzado por su
descontrol soltó a la muchacha y de disculpó. Pero la joven sintió
que desfallecía tras los besos. Era la primera vez que experimentaba
semejante sensación. Se acercó al forastero y repitió lo que éste
había hecho previamente, un beso intenso, como si quisiera con ello
arrancarle la respiración. Fue justo en ese momento cuando empezó
la historia sexual de los desamados, que era como los llamaban los
viejos.

-Hoy he sentido morirme diez y siete veces en brazos de Xavier Emiliano
-dijo la joven.

-Xavier Emiliano? ¿Que es eso? -Pregunto un coro de curiosas que
le escuchaban.

-Xavier Emiliano, el vendedor de nances. Me dijo que ese era su
nombre, y que vendía nances, no entendí lo que decía, pero lo
que me hizo fue, fue indescriptible. Solo me tocaba y yo sentía
que me moría, y luego, luego..

-¿Luego? -le interrumpió el coro.

-Luego cuando uso su Vicente -ese era el nombre que los desamados
le daban al pene- fue como si hubiera tenido una muerte en serie,
linda y estrellada. Nunca, antes, sentí algo parecido.

-¡Nadie ha sentido algo parecido! -exclamo el coro.

-Xavier Emiliano tiene magia en su Vicente!
-¡Magia en su Vicente! ¿Por que?

-Por lo que hace sentir -respondió la joven. Como dije, se siente
que se muere de varias formas, todas lindas, pero el final, es
algo así como la muerte suprema; pero es una muerte en la que no
se muere, sino en la que se es feliz, una muerte que es en realidad
vida.

La curiosidad de las desamadas fue, entonces, confirmar si los
hombres desamados podían hacer con sus Vicentes lo que Xavier
Emiliano había hecho con el suyo. Fueron tres semanas dos
días y seis horas de incontenible pasión, de ayes, de suspiros
frenéticos, de sies incontrolables, de no pares. Y así el
paraíso perfecto se vino al suelo. Los desamados se multiplicaron
como conejos, los limones se utilizaron para la limonada, el
trabajo se distancio de la poesía, apareció la distinción 
tu-yo, el matrimonio, los celos y la infidelidad. Los desamados
fueron, pues, personas como las demás, sólo que mas felices que antes.


Unión de Estudiantes Latinoamericanos en la Republica Checa