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LOS DESAMADOS
Francisco Díaz Montilla
En ocasiones no se que pensar sobre las historias de
los viejos del campo.
Son muchas las interrogantes que originan en mi. Por
supuesto, son
interrogantes que quisiera aclarar, mas
desafortunadamente no es
posible.
No me queda sino cargar con ellas y con todo el peso
que poseen. Porque,
de verdad, ¡vaya si es pesada una pregunta sin
respuestas!
Si mal no recuerdo en otro relato he hablado de un
lugar en el que las
personas no hablan sino que adivinan lo que los demás
piensan. Pues bien,
la presente historia es sobre sus vecinos del sur,
un pueblo que olvido
su nombre, pues sus pobladores se divierten todo el
tiempo y recordar no
es para ellos prioritario. Pero de a los viejos, en
tiempos inmemoriales,
el pueblo era conocido como La Tierra del Sin Amor.
Según sus palabras,
era una especie de nuevo paraíso, donde abundaba la
comida, y nadie se
preocupaba por el que- será-mañana.
En La Tierra del Sin Amor no había registro de que
alguien hubiera
hecho el amor alguna vez, y no los hay claro esta,
de allí pues que
esta historia pueda concebirse como un intento de
arqueología histórica
de la sexualidad, en el sentido de que pretende
reconstruir una realidad,
posible para algunos, real para los viejos.
En La Tierra del Sin Amor las mujeres de embarazaban
solo cuando comían
un limón durante un viernes seis de un mes impar.
La natalidad era
relativamente baja, ya que los limones escaseaban y
las féminas no se
preocupaban por adquirirlos; ellas eran felices sin
el mito de la
maternidad. Los machos, por otro lado, utilizaban
sus miembros para
propósitos mas nobles. Algunos lo utilizaban ya
como martillo, ya
como manguera para regar las plantas en el verano o
ya como cuerda
para amarrar las bestias. Nada pues de orgasmos ni
de coitos.
El cuerpo era simplemente eso: un agregado de partes
diversas,
funcionalmente articuladas y despojado de todo
sentido estético.
No había, pues, razones para ruborizarse; de hecho
todos andaban
como Adán y Eva, y si alguien cubría su cuerpo era
causa del frío
de invierno, propio de la temporada lluviosa.
La distinción masculino-femenino, tan característica
en nuestras
sociedades, no existía y no les interesaba, puesto
que todos se
concebían a si mismos como parte de una Unidad
Trascendental, no
expresable en términos lingüísticos -algo así
como El Innombrable
de Euxofronio. Por supuesto, los habitantes de La
Tierra del Sin
Amor ejercían funciones diversas, desde cosechar
viento para la
fermentación del vino, hasta sembrar plantaciones
de arcoiris, o
tejer esperanzas con hebras de azúcar. Los mas
imaginativos se
dedicaban a componer melodías con sueños y
estrellas o a cantarle
a la soledad canciones compuestas con pedacitos de
noches. Se daba
lo que los marxistas llamarían la división social
del trabajo.
Ninguna actividad era mas importante que las otras.
Todas estaban y
se realizaban en un mismo plano. Todas ellas se
articulaban en esa
realidad no expresable lingüísticamente. La única
diferencia
ostensible era que algunos individuos tenían la
capacidad de generar
nueva vida. Por ello tales individuos eran
reverenciados, ya que eran
concebidos como una expresión de la divinidad, en
el sentido de que
eran generadores de vida. Y esto es interesante, si
se tiene presente
que tales seres no recibían ningún calificativo
genérico que les
distinguiera de los-otros, es decir, de aquellos que
tenían una
especie de rabo entre las piernas utilizado para los
mas impensables
propósitos.
Según contaban los viejos, se palpaba una armonía
perfecta.
La perfección del paraíso. Pero parece que la
perfección entraña
su negación, hay en-sí una especie de tirantez
dialéctica. O para
ponerlo en términos más simples: la perfección
entraña la
posibilidad de la imperfección.
Una mañana soleada de mayo, apareció en el pueblo,
sin que nadie
supiera como ni de donde, un joven vendedor de
nances. El joven
no era ni moreno ni blanco, no era lindo, mas
tampoco feo. Algo
ligero y lento al andar. Hablaba hasta por los codos
y al hacerlo
no había forma de que los de La Tierra del Sin Amor
lo entendieran,
pues hablaban lenguajes diferentes.
Xavier Emiliano Saucedo Villarreal, así se llamaba
el forastero
recién llegado, se sorprendió hasta ruborizarse
por lo que vio:
viejos y jóvenes, desnudos todos. Con nerviosismo
visible en sus
ojos decidió promover el producto, que para
entonces escaseaba,
al igual que los limones. "Total -pensó- el
primer deber de un
nancero que ame su oficio es vender". Para
superar la barriera
idiomática, se armó del manual infalible de
traducción, cuyas
reglas y formulas se adecuaban al pie de la letra a
los preceptos
de la teoría quineana de la traducción y de la
interpretación.
Cumplía, así, el artículo treinta y siete del Código
de Ventas
del Sindicato de Recolectores y Vendedores de Nance
y Afines.
Al cabo de siete minutos pudo comunicarse
fluidamente con los
pobladores, quienes mostraron poco o ningún interés
por el
producto. Al fin de cuentas, ellos no necesitaban
nances para
la pesada ni para la chicha, pues la suya la hacían
de trocitos
de esperanzas y la endulzaban con promesas o con
risas silenciosas.
Algo decepcionado decidió retirarse. Era la primera
vez que la
magia de sus palabras no tenia ningún efecto en las
ventas. Pero
justo en ese momento, creyó tener una revelación.
Pero no, no
era una revelación, era una hermosa mujer, una
especie de perfecta
obra de arte de carne y hueso, como si Dios hubiera
invertido la
eternidad en su creación.
Un soplido de viento acaricio la espalda de la
joven. Se volteo.
Xavier Emiliano Coria detrás de ella profiriendo
palabras que la
chica parecía no entender. Ante ella, casi
paralizado por la
belleza que sus ojos incrédulos miraban, preguntó
en el idioma
de la joven:
-¿Cómo te llamas?
La joven no comprendió la pregunta -pues los de La
Tierra del
Sin Amor usaban los nombres para referirse a las
cosas, no a
las personas- y soltó una carcajada.
El forastero, atolondrado por la risa y la belleza
de la muchacha,
vacilo por un instante. No sabia que decir ni como
hacerse entender,
a pesar del manual. Lo único claro en su mente era
la fuerza del
deseo, del deseo desmedido del cuerpo desnudo de
pechos firmes que
estaba en frente suyo.
Con inusitado frenesí Xavier Emiliano Saucedo
Villarreal tomó a la
joven, besó sus labios carnosos y sus pechos
firmes, y el aire se
cubrió todo de fragancias no sentidas antes.
Avergonzado por su
descontrol soltó a la muchacha y de disculpó. Pero
la joven sintió
que desfallecía tras los besos. Era la primera vez
que experimentaba
semejante sensación. Se acercó al forastero y
repitió lo que éste
había hecho previamente, un beso intenso, como si
quisiera con ello
arrancarle la respiración. Fue justo en ese momento
cuando empezó
la historia sexual de los desamados, que era como
los llamaban los
viejos.
-Hoy he sentido morirme diez y siete veces en brazos
de Xavier Emiliano
-dijo la joven.
-Xavier Emiliano? ¿Que es eso? -Pregunto un coro de
curiosas que
le escuchaban.
-Xavier Emiliano, el vendedor de nances. Me dijo que
ese era su
nombre, y que vendía nances, no entendí lo que decía,
pero lo
que me hizo fue, fue indescriptible. Solo me tocaba
y yo sentía
que me moría, y luego, luego..
-¿Luego? -le interrumpió el coro.
-Luego cuando uso su Vicente -ese era el nombre que
los desamados
le daban al pene- fue como si hubiera tenido una
muerte en serie,
linda y estrellada. Nunca, antes, sentí algo
parecido.
-¡Nadie ha sentido algo parecido! -exclamo el coro.
-Xavier Emiliano tiene magia en su Vicente!
-¡Magia en su Vicente! ¿Por que?
-Por lo que hace sentir -respondió la joven. Como
dije, se siente
que se muere de varias formas, todas lindas, pero el
final, es
algo así como la muerte suprema; pero es una muerte
en la que no
se muere, sino en la que se es feliz, una muerte que
es en realidad
vida.
La curiosidad de las desamadas fue, entonces,
confirmar si los
hombres desamados podían hacer con sus Vicentes lo
que Xavier
Emiliano había hecho con el suyo. Fueron tres
semanas dos
días y seis horas de incontenible pasión, de ayes,
de suspiros
frenéticos, de sies incontrolables, de no pares. Y
así el
paraíso perfecto se vino al suelo. Los desamados se
multiplicaron
como conejos, los limones se utilizaron para la
limonada, el
trabajo se distancio de la poesía, apareció la
distinción
tu-yo, el matrimonio, los celos y la infidelidad.
Los desamados
fueron, pues, personas como las demás, sólo que
mas felices que antes.
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